El amarillento aviso en las páginas de sociales de la revista Variedades de 1916 huele más a perfume francés que a papel apolillado: “El moderno barrio aristocrático”. Un mapa de la recientemente urbanizada zona que hoy es parte de Miraflores indica la calle hasta donde debería llegar la nueva sangre azul de principios del siglo pasado. Al pie del aviso se anuncia a los vecinos de linaje que ya habían comprado su terreno en la zona, entre ellos el ingeniero César Bentín y Aurelio Miró Quesada. Vendedor autorizado de los lotes: Tomás Marsano.
Esta es mi tierra
Cuando Francisco Pizarro y sus huestes llegaron para repartirse Lima como una inmensa torta de tierra lo tuvo que hacer entre 80 de sus primeros compañeros y con las leyes de indias en mano.
Un terreno en la ciudad, que más o menos comprendía un cuarto de manzana –2,500 metros cuadrados–, y otro en el campo. Hizo lo mismo con los conquistadores que llegaron después a reclamar su lotecito. Al final, 214 hectáreas terminaron dividas en 117 manzanas.
A la iglesia católica también le tocó su tajada: parte del actual Miraflores fue entregado al convento de La Merced, San Isidro a los dominicos, y la hacienda San Juan a los jesuitas. Después, estos conventos cedieron sus tierras a particulares en calidad de enfiteusis (modalidad de arrendamiento momentáneo o a perpetuidad).
Sin embargo, pasaron muchos años para que algunas familias fueran constituyendo importantes haciendas en lo que hoy es Lima. Compras y ventas entre distinguidos limeños fueron parte de ese proceso. “Había dos motivos para dejar una hacienda: si la familia caía en quiebra o se iba a vivir a Europa”, cuenta el arquitecto Juan Günther.
Leer más AQUÍ
Comentarios
Publicar un comentario